‚Memoria por correspondencia ha tocado el corazón de los lectores por muchas razones: por su frescura, por su capacidad de revelar un mundo sin caer en el costumbrismo y por la sabia medida de sus palabras. Pero, ante todo porque sus páginas son hondamente humanas y poéticas.‘ —Piedad Bonnet ‚Un relato digno de Dickens (…) Un nuevo clásico, un libro duro y entrañable destinado a perdurar.‘ —Darío Jaramillo Agudelo ‚Emma Reyes es alguien que ha sabido pasar el sentido trágico de la vida por el tamiz adecuado para transformarlo en el regocijo trágico de la prosa.‘ —Leila Guerriero Mediante veintitrés cartas dirigidas a su amigo y confidente Germán Arciniegas, Emma Reyes asumió el arduo ejercicio de narrar los giros y adversidades que vivió durante su infancia. Estos textos, escritos entre 1969 y 1997, son una conmovedora mezcla de inocencia y serenidad ante la tragedia, y articulan magistralmente un relato personal que evoca el duro contexto de la Colombia de la segunda y tercera décadas del siglo xx. Cuando el libro de Emma Reyes se publicó por primera vez, me contrarió ver que los lectores entregaban su entusiasmo unánime a la obra de una escritora que, convenientemente para la misoginia nacional, cumplía con las condiciones de estar muerta, de no haber sido escritora y de haber sido autora de una literatura supuestamente carente de artificio, lo cual correspondía a la fantasía de una escritura femenina como discurso «al natural». Se trataba, además, de una mujer que escribía su vida en respuesta a un hombre. El obispo recriminador de Sor Juana Inés de la Cruz y el confesor de Santa Teresa reencarnaban en el igualmente patriarcal Germán Arciniegas, a quien iban dirigidas —y por cuya iniciativa se habían escrito— las cartas que contenían la infancia. Todavía siento malestar ante esa custodia y ante el condescendiente viático de Arciniegas (ante la calificación de «inteligentísima» que dedica a Emma en el artículo que se publica con este libro), pero me interesa el abrigo que proporciona la carta —dirigida a un destinatario individual, a un lector conocido y querido— para que la memoria anterior a la memoria —la escritura de la desnudez— pueda surgir, extenderse, inventarse, encontrarse y comunicarse; me interesa cómo el oído del amigo se impone sobre los ojos imaginarios de los lectores inciertos —y también cómo al fin estos ojos (los de la lectora) se sobreponen a aquel oído—. (Del prólogo de Carolina Sanín a la edición de Memoria por correspondencia de Laguna Libros)
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